Diomedes no ha muerto

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Repudiado por muchos, amado por tantísimos otros, Diomedes Díaz Maestre es la viva representación de un centenar de cosas que bien describen lo mal que estamos como sociedad en este país de completas e inacabadas barbaridades. Un reciente documental de Netflix, titulado Diomedes: El ídolo, el misterio y la tragedia, hace un repaso por la vida de un hombre que fue tan grande con su música como tan minúsculo en su concepción de las mujeres. Una de ellas, Doris Adriana Niño, víctima del cantautor vallenato o de sus desórdenes o de sus excesos. Al final, víctima de un ídolo con todas sus letras.

El documental retrata cómo en los 32 meses que pasó en la cárcel, tras ser condenado a 12 años de prisión por homicidio preterintencional, Diomedes disfrutó su vida, como siempre supo hacerlo. Cantó, parrandeó y gozó tanto como en cualquier otro escenario que le contemplara como un individuo en libertad. Eso pasa en Colombia, una patria de leyes dormidas donde el crimen suele tener más garantías que la mismísima legalidad. Me pregunto hasta dónde nos puede llevar la permisividad ante quienes admiramos para aceptar o avalar sus actos, sean cuales sean sus alcances o consecuencias.

Decir que no admiro la gracia de muchos de sus versos sería cínico de mi parte. Sin embargo, el que Diomedes Díaz hubiera compuesto e interpretado canciones que expresan el sentir del pueblo y que enriquecieron el folclor vallenato, insignia de un país que se ha erigido entre la cultura del narcotráfico y la de ídolos etéreos, no es suficiente para dar validez a muchas de sus acciones, las cuales probablemente ni él mismo estaba en condiciones de objetar, pues es tan cierto como lamentable que un ser humano bajo los efectos de altas cantidades de alcohol o de narcóticos no es dueño de sí ni de sus propios actos.

Es indignante ver y escuchar a personas cercanas a quien compuso letras que calaron hondo en el corazón de millones de colombianos jactarse entre risas de sus vivezas, de sus ‘goles’ a la justicia y de sus hazañas para “proteger” al Cacique de la Junta. Antes de entregarse a las autoridades en 2002, tal parece que Diomedes vivió mejor en la clandestinidad que en cualquier otro estado de su vida; licor, drogas, amigos y mujeres hicieron parte del cóctel que se ‘bebió’ el artista en su escondite. Aunque no somos quienes para juzgar si eso está bien o mal, sí somos responsables de lo que consentimos como sociedad.

«La fuga fue una gran parranda», dice sonriente su hijo Rafael Santos, quien no se avergüenza de sus palabras, quizás porque fue criado para sentirse orgulloso de su papá. El mismo que le cantó: «Si te inspira ser zapatero, sólo quiero que seas el mejor… Porque de nada sirve el doctor, si es el ejemplo malo del pueblo». De todos los ejemplos que Diomedes les dio a sus incontables hijos, ¿cuál habrá sido el mejor?

Aunque murió en 2013, Diomedes no ha muerto. Su música le mantiene vivo. Sus ideas machistas, siempre arraigadas en la columna vertebral del universo vallenato, también. Y, como Diomedes, tampoco ha muerto la creencia equivocada de que el ser un gran artista convierte al que sea en una gran persona.

Fuente: El Heraldo

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